El prestigioso sociólogo
Ulrich Beck advierte sobre el riesgo de una división entre los países del Norte
y del Sur en Europa. El investigador de la Universidad de Munich y de la London
School of Economics es muy crítico de la estrategia alemana para abordar la
crisis. La define como “Merkiavelo”, combinación de Merkel y Maquiavelo. Afirma
que la líder política de Alemania, Angela Merkel, utiliza la idea de “menos
Europa” de los británicos para derivar los problemas hacia otros países e
imponer el neoliberalismo.
La crisis en Europa ha desatado una tensión
estructural entre distintos proyectos europeos. Los programas de ajuste que
intentan salvar el euro trazaron los contornos de otra Europa. Una Europa
dividida, advierte Ulrich Beck, en su reciente libro Una Europa alemana
(Paidós). ¿Dividida entre qué, entre quiénes? Beck describe dos fronteras: una
discurre entre los países del Norte y los países del Sur. Otra distingue a los
países del euro “obligados a actuar” de aquellos que, aun integrando la Unión
Europea, no se adhirieron a la moneda común y “ahora tienen que ver cómo se
toman decisiones cruciales sobre el futuro de la Unión sin contar con ellos”.
En una región donde casi uno de cada cuatro jóvenes menores de 25 años no
encuentra trabajo, en países muy endeudados como España, Grecia, Portugal se
vislumbra una tercera brecha: los gobiernos aprueban los paquetes de ayuda; las
poblaciones las desaprueban, observa este investigador de la Universidad de
Munich y de la London School of Economics. Invitado por la Universidad de
General San Martín y la Fundación OSDE, el prestigioso sociólogo alemán dialogó
con Cash sobre la polarización que experimentan los habitantes del Viejo
Continente, no solo entre países deudores y acreedores, sino entre la elite
política y una población fuertemente empobrecida. Pero pese a reconocer el
resquebrajamiento producido por una crisis que “no se pudo anticipar”, Ulrich
Beck reniega de un nacionalismo que considera “enemigo” y propone que las
naciones y los nacionalismos se abran a Europa y al mundo. Sólo así las
naciones podrán sobrevivir, concluye.
¿Por qué
cree que están surgiendo en Europa tantas consultas populares, como lo que
ocurrió en Cataluña, en Escocia y lo que se planea en Gran Bretaña?
–Hasta el momento, la
Unión Europea ha sido un proyecto de elite, era útil a las elites económica y
política. Durante un tiempo, se creyó que los ciudadanos europeos no estaban en
condiciones de participar –se pensaba que se los sobreexigía– pero hoy hay
suficientes muestras de que es necesario pensar sobre este tema.
¿Pensar
qué concretamente?
–De qué manera la
ciudadanía puede formar parte de todo esto, lo cual implica un desafío para la
integración europea.
En
relación con la integración europea, ¿qué considera que busca el gobierno británico
mediante la consulta popular que pretende llevar a cabo para definir si sigue o
no dentro de la Unión Europea?
–Los británicos
siempre fueron los grandes escépticos de la Unión Europea. Ahora, la crisis del
euro los ha encontrado en un momento complicado. Mi caso personal es
interesante, porque yo tengo parte de mi corazón británico también, y pienso en
este tipo de problemas como europeo-alemán pero también como europeo-británico.
¿Por qué
es complicada la situación de los británicos?
–Creo que el premier
británico de alguna manera se ve forzado, producto de una serie de tensiones en
el interior de su partido, a realizar esta consulta. Mi colega, el sociólogo
Anthony Guiddens, afirma que lo más probable es que siga existiendo en Gran
Bretaña una mayoría silenciosa de europeos que es favorable a permanecer en la
Unión Europea. Hay una gran parte de la clase media y también de los que viven
en el campo que están mucho más vinculados con Europa de lo que se ve
habitualmente en los medios. Si uno se pregunta si hay alguna voz europea
realmente fuerte en Gran Bretaña, se puede decir que sí.
¿De dónde
proviene esa “voz europea fuerte”?
–La economía
británica. Y si uno se sigue preguntando si existen otras voces, aliadas de
Gran Bretaña, a favor de que continúe dentro de la UE, hay que decir que sí. Se
trata de la administración de Barack Obama, que prácticamente ruega porque Gran
Bretaña permanezca dentro de la Unión Europea. Sólo de esa manera Gran Bretaña
tiene una voz decisiva y de peso en el mundo, que es además una voz del mundo
anglófono. El punto central –que es la conclusión a la que hemos llegado de
manera independiente Anthony Guiddens y yo– es que Gran Bretaña se encuentra
ante dos alternativas. Una sería salir de la Unión y pasar a ser insignificante
y a su vez dividirse internamente, ya que seguramente los galeses y los
escoceses permanecerían dentro de la UE.
¿Y cuál
sería la segunda opción?
–La otra sería pasar
a ser miembro de la Eurozona. Es decir, participar como miembro implementando
el euro, porque solamente a través del euro el país tiene una influencia real
sobre Europa. De alguna manera, el experimento Europa se ha restringido a la
Zona Euro.
Independientemente
del caso particular de Gran Bretaña, ¿usted visualiza una tendencia hacia el
surgimiento de sentimientos nacionalistas en distintos países de Europa desde
que se desató la crisis?
–Eso sí. Es
completamente evidente. Nadie lo podría negar. Hay movimientos nacionalistas
aunque no dan una respuesta a la crisis. Y se podría ir un paso más allá y
decir que los nacionalismos actuales son los enemigos de la Unión Europea.
¿Por qué
los llama “enemigos”?
–No es que crea que
Europa puede ser posible sin cierto orgullo nacional de los europeos, pero lo
que debería suceder es que las naciones y los nacionalismos se abrieran hacia
Europa o hacia el mundo, porque las naciones solamente pueden sobrevivir y
generar una nueva soberanía por medio de esa apertura (a Europa y al mundo).
¿Quiere que lo ejemplifique?
Sí.
–Se suele pensar a
las instituciones europeas de manera demasiado homogénea. Se cree que hay
versiones nacionales que se bloquean mutuamente, pero lo cierto es que hay una
especie de escisión tanto en las elites como en la población. Si tomamos el
ejemplo de la crisis europea, se ha estado pensado desde el Banco Central
Europeo o el Ministerio de Finanzas alemán en posibles nuevas instituciones
europeas.
¿Cuáles?
–Un sistema bancario
europeo o un impuesto a la transacción financiera a nivel europeo o, incluso,
la idea de un gobierno económico europeo. Todos estos elementos, que han sido
muy discutidos al interior de los partidos, serían caminos posibles. En
Alemania, pero también en otros lugares, hay una suerte de confrontación entre
los que serían arquitectos de Europa, que proponen nuevas instituciones, y los
ortodoxos nacionalistas del Estado, que dicen por ejemplo en Alemania que la
Constitución prohíbe o impide determinadas instituciones europeas. Esta
división, o estos dos modos de pensarlo, atraviesan a los partidos, a las
instituciones.
¿Es
posible llevar este razonamiento al caso griego? En ese país, algunos expertos
heterodoxos plantean la necesidad de recuperar soberanía nacional que les
permita tomar decisiones sobre su política económica, de manera independiente
de la Unión Europea.
–En Grecia, desde los
economistas y políticos con orientación económica se generan grandes ilusiones.
Algunos, por ejemplo, plantean que Grecia debería salirse del euro y volver a
introducir el dracma, y que eso solucionaría tanto los problemas griegos como
los problemas europeos.
¿Y usted
qué piensa?
–Que no solo es una
especie de ceguera de la realidad económica en Europa, sino también una especie
de analfabetismo. En realidad, lo que sucede es que está establecido el modo en
que los países ingresan en la Eurozona, pero no hay nada escrito sobre cómo
pueden salirse de la Eurozona. Es decir que habría que inventar cómo sería ese
procedimiento. Y sabemos lo mucho que le cuesta a Europa ponerse de acuerdo. No
podría suceder esto en contra de la voluntad de Grecia, y un 80 por ciento de
los griegos quiere permanecer en la Eurozona.
Mencionó
la palabra “analfabetismo”. ¿A qué se refiere?
–Como muestra del
analfabetismo económico pienso que, inclusive en el caso de que Grecia saliera
de la Eurozona, de todos modos se enviarían grandes paquetes de ayuda económica
a Grecia porque no dejaría de ser parte de la Unión Europea. Y si esto
sucediera, entonces los tribunales europeos se verían sobrepasados de trámites
legales, porque las bases del sistema estarían siendo violadas, se estaría
yendo en contra de las leyes y eso también implicaría mucho dinero.
En el
encuentro que mantuvieron Angela Merkel y David Cameron hace unas semanas, se
ha planteado la necesidad de tener una UE “más flexible y competitiva”. ¿Qué significaría
para los más de 25 millones de desocupados que hay actualmente en la Unión esa
propuesta?
–Allí podemos
introducir el concepto de “Merkiavelo”, combinación de Merkel y Maquiavelo.
Ella utiliza la idea de “menos Europa”, del premier británico, para derivar los
problemas hacia otros países e imponer el neoliberalismo afuera. Yo creo que
esto es contraproducente y no creo que sea el futuro político, porque después
de las elecciones de septiembre en el Parlamento alemán, seguramente va a
aparecer una nueva constelación política.
Angela
Merkel tiene altísimas chances de ganar.
–No es tan simple.
¿Por qué?
Los datos parecen firmes.
–Si bien el partido
de Merkel será el más fuerte, seguramente no podrá armar una coalición con los
liberales. Entonces debería pensar en armar una gran coalición con la
socialdemocracia, si no se piensa en un gobierno de una minoría con los verdes.
La situación hoy ya es bastante tensa, tanto en el gobierno como en el
Parlamento alemán, porque Merkel obtiene su mayoría más por la oposición que
como mayoría dentro de su propio partido. Si pensamos en términos de política
interior, tenemos el siguiente escenario. Frente a la situación catastrófica de
la juventud, dentro de la cual el cincuenta por ciento de los universitarios
–la generación mejor formada– se encuentra ante un mercado que le cierra sus
puertas, en la medida en que los socialdemócratas participen de la
determinación de la política interna no será tan fácil que apoyen esa tendencia
(la propuesta por Angela Merkel).
Este
escenario en el mercado del trabajo, ¿en qué sentido se asimila a lo que usted
llama “la sociedad del riesgo”?
–Sí, se trata
precisamente de un ejemplo de esto. En muchos casos se suele pensar que esta
sociedad del riesgo aparece como controlable, pero la realidad es que es
imprevisible. Europa se encuentra en este momento ante una crisis que no se
pudo anticipar, y precisamente si se trata de anticipar esta problemática
entonces se empiezan a desarrollar nuevos escenarios de poder dentro de Europa.
De a poco empiezan a aparecer nuevas respuestas políticas a este renovado
escenario de poder.
Reportagem
de Natalia Aruguete
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